sábado, 13 de julio de 2013

Lucio Bindotti

Lucio Bindotti, 14-3-2007

Conocí a Lucio Bindotti en el geriátrico donde estaba internado, junto con mi padre. Estaba siempre atento a todos, y sonriente. Apenas le dije que me interesaba su historia me la contó. En esos años recién empezaba a utilizar un grabador mp3, se ve que no hice bien las cosas, y las dos conversaciones extensas sobre su vida se me perdieron. Todavía lo lamento profundamente. 

Me interesé por su historia, en primer lugar, porque después de su llegada a la Argentina en 1947, trabajó durante 24 años en los ferrocarriles acá en Bahía Blanca, en Talleres Maldonado, entre 1955 y 1979. "Vine con los gastos de viaje pagos, porque m contrtron como operario diesel especializado, en Ezeiza, debido a mis conocimientos adquiridos en la marina. Aquí me abrieron todas las puertas" Me habló con gran entusiasmo de su experiencia en Ezeiza y sbre todo, de las locomotoras diesel-electricas y del cambio que significó la incorporación de esas máquinas en esos años: "del martillo y cortafierro que se usaba en la máquina de vapor, al micrómetro que se usa en la diesel".

En segundo lugar no pude dejar de preguntarle más y más cuando me contó que estuvo varios años en la guerra.(1) Como él había trabajado en los astillero de La Spezia desde los 14 años, a los 20 (o sea en 1941) lo mandan como parte de la tripulación del destructor Strale que formaba parte de la flota que custodiaba los cargueros que llevaban provisiones a Trípoli (la capital de Libia, en ese momento en manos de los italianos). La nave es torpedeada el 20 de junio de 1942, y Lucio es rescatado junto a otros cuarenta marineros.
Lucio es enviado a la ciudad de Pola (donde había una importante base naval y un astillero, base estratégica para la marina fascista) primero, y luego a Bordeaux, en Francia donde estuvo once meses en la base militar que funcionaba en ese puerto y que fue una de las mas importantes del tercer Reich. (2) Cuando se firma el armisticio y cae Mussolini, solo un grupo de marinos italianos acepta seguir bajo las órdenes de los nazis; a los demás -y acá desearíamos poder preguntar nuevamente por mas detalles- los alemanes -que ahora consideran a los italianos como sus enemigos- los envían al campo de concentración 12A, en Alemania, cerca de Colonia (Probablemente el campo de trabajo de Breitenau) donde permanecen entre septiembre de 1943 y septiembre de 1945. (También puede ser que los hayan llevado a uno de los campos de entrenamiento para que formen parten de la Divisione di Fanteria di Marina San Marco, ya que unos 1800 "voluntarios" italianos fueron incorporados a esa arma provenientes de Bordeaux, y tal vez con esa fuerza haya vuelto a Italia)

Pero el momento que recuerdo com más placer es, cuando le pregunto si le gusta la música, si recuerda alguna canción, que se pone a cantar, suavemente, y cantamos juntos.

Lucio Bindotti nació en Romito Magra, La Spezia, 15 de julio de 1921 y falleció en Bahía Blanca en 2009.

 
(1) completo esta parte con datos tomados del artículo de Rubén Benítez, publicado en el diario La Nueva Provincia,  15 y 22 de julio de 2007.

(2) Nel giugno 1940, quando il governo francese si appresta a firmare l'armistizio, il console del Portogallo a Bordeaux, Aristides de Sousa Mendes rilascia quasi 30.000 visti a rifugiati che fuggono davanti all'avanzata dell'esercito tedesco. La città è in seguito occupata dai Nazisti con la zelante collaborazione del prefetto Papon. Il Porto di Bordeaux acquisisce durante la guerra un ruolo nuovo ed importante nell'economia di guerra del Reich. Una base sottomarina in calcestruzzo viene costruita e dei cargo forzano il blocco britannico per approvvigionare la Germania di materie prime (gomma naturale particolarmente) provenienti dall'Estremo-Oriente. Il sindaco di Bordeaux, Adrien Marquet, s'impegna nella collaborazione ai fianchi di Marcel Déat con il quale aveva fondato prima della guerra il partito dei Neo-Socialisti, vicini alle idee fasciste.

sábado, 1 de junio de 2013

Bacanica



En su oficina en Puerto Galván, un secretario del Ferrrocarril Buenos Aires al Pacífico escribe los datos de un peón de cabrestante que acaba de ingresar y anota: Septimo Pasqua, nacido en 1872, Bacanica, Italia.

¿Qué lugar es ese? Nosotros sabemos ahora que se trata de Pagánica, ciudad del Abruzzo.

¿Por qué el amanuense escribió así ese nombre? Probablemente porque escribió lo que escuchó, en castellano. Porque no podía (o no quería, sentía que no tenía por qué hacerlo) reconocer el modo en que la "g" se pronuncia en italiano o en sus variantes dialectales: la fuerza con la que el señor Pasqua cerró el velo de su paladar al pronunciar (en italiano) la "g", convenció al secretario que se trataba de una "c"; y algo similar sucedió con la "P" inicial, una bilabial tan débil a sus oídos que solo podía ser reconocida como una "B".

Había miles de trabajadores italianos en el ferrocarril y en el puerto. Y sin embargo, ¿Por qué esa persona que ejercía un poder, el de escribir, el de registrar, no podía, no quería o sentía que no tenía por qué saber italiano ?

Es que el amanuense ha ido a la escuela, naturalmente a la escuela argentina, y por lo tanto escribe "correctamente", con una bella caligrafía, en castellano -el "idioma nacional"-, no importa cuál haya sido su propio origen o el de su familia. Durante esas primeras décadas del siglo XX la escuela argentina imponía -gracias a una política articulada con gran precisión, la de la José María Ramos Mejía y su "educación patriótica" - no solamente el conocimiento de la gramática y la sintaxis, del vocabulario y la expresión, sino también la normalización de la pronunciación, y por consiguiente, la valoración de un cierto modo de hablar en detrimento de otros: en detrimento, justamente de las marcas que las lenguas de los inmigrantes podían llegar a dejar en la lengua local: del español castizo, de cualquiera de las variedades dialectales italianas, y cualquier otra, en realidad.

Los nombres -y en buena medida, también los apellidos- se castellanizan: Giovanni, Giulio, Giuseppe, Settimo, se transforman en Juan, Julio, José y Séptimo. No solamente tendrán que hacer el esfuerzo de aprender su nuevo nombre, sino además el de aprender a pronunciar una letra que no forma parte del sistema fonológico de la propia lengua, la "jota". Pero "hacerse la América", "progresar" en este lugar, por aquellos años, sólo era posible de ese modo: a quien hablaba y escribía bien el castellano se le abrían las puertas para acceder a puestos de trabajo mucho mejor remunerados, y así, las de una sociedad que había hecho propio ese sutil criterio de discriminación. Por eso nadie se cuestionó hacer lo que sea para aprender el castellano lo más rápido posible, para borrar la entonación y los rasgos "marcados" en la articulación de las palabras.

Otro es el caso del inglés y el francés que eran valorados no como lenguas inmigratorias, sino como lenguas de cultura y de prestigio.

Y quiénes eran esos que tenían el poder de abrir las puertas de los mejores puestos de trabajo, las del ascenso social? ¿Con quién se encontraban los inmigrantes al llegar? Los criollos, dicen algunos. Sí, por supuesto. Pero, ¿de dónde salieron esos criollos? ¿Eran "nativos"? Había un porcentaje de población indígena en la ciudad pero con toda seguridad podemos afirmar que no eran ellos justamente quienes tenían ese poder. La mayor parte de esos "criollos", eran hijos de inmigrantes (ya sea de otras ciudades del país, o de extranjeros) ya escolarizados, ya asimilados, y por lo tanto, "argentinos".

El esfuerzo del Estado estaba enfocado en esto: en 1916 hay en Bahía Blanca 66 escuelas (públicas y privadas) dependientes del Consejo Escolar Provincial, con una matrícula de 10.955 alumnos y 273 maestros. En 1927, había 68 escuelas, 468 maestros y 13.169 alumnos que recibían educación primaria. Las maestras enseñaban y corregían, y felicitaban calurosamente a los niños que más y mejor aprendían, desaprobaban los "errores" producidos por la interferencia lingüística (tragarse las "s" finales o un grupo consonántico como "ct", decir "me se" en lugar de "se me cayó", o "voy del dotor" en vez de "voy a lo del doctor", ponerle artículo a los nombres propios...), actitud de reprobación y de subestimación incluso, que muchas veces era adoptada también por los otros niños... La presión por salir de esa situación de inferioridad propia del inmigrado (y especialmente de quienes conocían solo el propio dialecto) induce el deseo de aprender también en los adultos, y por eso muchos inmigrantes leen en castellano (pienso en la cantidad de diarios y periódicos que se publicaban y se vendían en Bahía Blanca a hasta mediados de siglo; pienso en una mujer como Rosa Segatta que lee lo que le caiga a la mano, a fines de los años 20; y en Julio Grosselli que mientras hace guardias en la usina eléctrica, a fines de los años 40 devora novelas de Corín Tellado).

Recién en estos últimos 25 años se inició el proceso inverso de valoración y estimación del estudio del italiano, lengua que la mayor parte de los descendientes de italianos  ha estudiado como una lengua extranjera (salvo -en algunos casos y con varias salvedades- los hijos de los que llegaron en los años 50). (1)

Del shock que tiene que haber provocado en los inmigrantes esta presión y este esfuerzo por aprender otro idioma, y asimilarse, es algo de lo que no se suele hablar, todavía.

Yo siento la necesidad -imperiosa- de conocer este proceso de configuración de la identidad de los inmigrantes italianos en este lugar del mundo, y la de sus hijos y nietos, para poder sobrevivir a la avalancha de eslogans basados en clishes quasi-publicitarios, y de fantásticas-fantasiosas versiones retrospectivas del pasado, que demuestran una determinada voluntad por inventar y consolidar una identidad y un sentido de pertenencia fuertes, pero, paradójicamente, a partir del desconocimiento de la historia. Proyectar hacia los argentinos descendientes de italianos un concepto general y abstracto de "italiani all'estero", sin tener en cuenta estas experiencias concretas, puede llegar a generar equívocos, desencuentros y perplejidades entre quienes desean -sin duda con las mejores intenciones-, actuar e influir en la realidad presente.

Indispensable para reflexionar sobre todo esto es el libro de Angela Di Tullio, Políticas lingüísticas e inmigración: el caso argentino, Eudeba, Bs As., 2011. (Hay muchos más, y seguiremos buscando; además, acá en Bahía en la universidad hay varias personas que estudian estos temas...  si alguien tiene otros títulos para recomendar, o trabajos propios para que podamos leer, bienvenidos).


(1) Puedo decir esto con conocimiento porque me desempeño, desde el año 1986, como profesora de italiano.


lunes, 8 de abril de 2013

¿Se puede usar la palabra "colectividad" para hablar de la inmigración italiana en Bahía Blanca?



Leo en un reciente trabajo sobre historia de Bahia Blanca  "tensiones entre colectividades y nativos a principios de siglo XX" en Bahía Blanca. Algo me hace ruido. En ese contexto, nativos no son "indígenas", pueblos originarios sino "criollos", los nacidos en la ciudad antes de que lleguen los inmigrantes.
Hay una cuestión, sin embargo que no se puede obviar: tal como  señala Angela Di Tullio, Políticas lingüísticas e inmigración: el caso argentino, Eudeba, 2011) el objetivo expreso del Estado argentino a partir de 1880 y en particular después de 1910 fue inhibir el mantenimiento de las lenguas inmigratorias, propiciando desde la mas tierna infancia de los niños inmigrantes y de los hijos de los inmigrantes la asimilación concreta a la cultura receptora: hablar castellano y sentirse argentinos.
Por cuestiones culturales de prestigio y sobre todo de ascenso social fueron muchas veces los propios padres inmigrantes quienes desalentaron en sus hijos el aprendizaje de la lengua extranjera. La lengua de obreros, peones, recién llegados resulta objeto de burla en la escuela no solo para gente de apellido español, sino también  para hijos argentinos de italianos llegados antes y que se pueden jactarse de un rápido aprendizaje de la lengua local (y todo lo que conlleva el idioma) De hecho con el italiano sabemos -por experiencia- que ya en la primera generación de descendientes prácticamente el italiano no se habla y apenas se comprende.
Ahora bien, ¿es legítimo utilizar el término colectividad para hacer referencia a la inmigración italiana? Yo no estoy tan segura, porque al menos en el uso especifico que se da al término en nuestro medio, la palabra colectividad alude a un conjunto a una comunidad que se distingue de otras por su identificación con una determinada lengua, determinadas costumbres, prácticas, y sobre todo un sentido de pertenencia.
Las asociaciones nutrieron sus comisiones directivas con italianos recién llegados a lo largo de los años. Pero indefectiblemente sus hijos se vuelven argentinos, y a fondo. Sin embargo, tengo la impresión de que -mediante un sutil deslizamiento - cuando se habla de los monumentos en realidad al decir "colectividad" a lo que se alude es a esas instituciones, y no a una comunidad compacta con una activa participación en esas organizaciones.
En los últimos veinte años en Bahía Blanca las asociaciones regionales han hecho un notable esfuerzo por reflotar ese sentimiento, la concesión de la doble ciudadanía a los descendientes de italianos y el voto a los descendientes de italianos en el exterior parece haber impulsado una "naturalización" en el uso del termino, como si esa identificación hubiera sido constante a lo largo de todo el siglo XX.

El caso de la colectividad judía es el contraejemplo en el que me baso para pensar esto, claramente estudiada -y partiendo justamente de esta definición de colectividad -  en ese mismo libro:


Si bien las asociaciones étnicas eran de composición
policlasista, éstas han sido identificadas con lo que se
ha denominado “cultura de clase media”. Diversos estudios
empíricos han corroborado que por más populares
que hayan sido sus mecanismos de reclutamiento de dirigentes
y adherentes, raramente integraba los elementos
más marginales de su propio origen, ya sea por el
desinterés o la incapacidad de éstos últimos para solventar
las elementales cuotas sociales, además de los
requisitos estatutarios de demostrar estabilidad laboral
mediante el ejercicio de una ocupación “honesta” (Luigi
y Bernasconi, 1993: 235).